Vivimos inmersos en las redes sociales: twitter, whatsapp, tik tok, y del zapping: youtube, plataformas como Netflix, HBO, Apple… En esta sociedad conversar se convierte en un lujo, no tenemos tiempo para tener una conversación, solo lo hay para intercambiar mensajes.
Cuando nos llega un mensaje
largo no lo leemos, por ello, debemos aprender a comunicarnos con pocas
palabras. A través de nuestros teléfonos móviles, compartimos imágenes,
sensaciones, emociones, utilizando signos lingüísticos y emojis para comunicar lo
más velozmente posible lo que sentimos. Si podemos decirlo con una imagen en
vez de con palabras, mejor. Comunicarnos con frases breves, con mensajes sin
grandes complicaciones. La conversación distendida, sin mirar al reloj, es algo
extraño en nuestra vida cotidiana, se reserva a los momentos festivos y de
ocio, a las sobremesas de vacaciones.
Cuando hablo de conversar,
estoy hablando de un arte, que no podemos improvisar. Para que nazca un
pensamiento es necesario construir una frase y hallar los conceptos adecuados,
pero, para descifrarlo, también necesitamos tiempo de escucha y de comprensión.
Todo parece muy extraño y anticuado en nuestro contexto actual, pues no encaja
con los tiempos que vivimos.
La conversación es un
manantial de palabras y de gestos, es un ir y venir comunicativo. Exige tiempo
y escucha. Sin un interlocutor reciproco es imposible la comunicación. Se
requieren dos personas dispuestas a salir de sí mismas, a contemplar y a recibir
lo que el otro lleva en sus adentros.
La conversación es un proceso
que no obedece a una razón instrumental. Es un fin en sí misma. En esencia,
constituye un intercambio libre de ideas, un camino que construimos andando,
pues no conocemos el destino ni los temas a tratar.
Conversar solo es posible si
estamos dispuestos a salir de nosotros mismos, para dar a conocer lo que anida
en nuestro corazón, pero, además, requiere en nuestro interlocutor una actitud
de escucha, vaciarse de sus propias ideas para darle sitio a los pensamientos e
ideas que formulamos.
Muchas veces, sin embargo, en
nuestras conversaciones seguimos la estela de nuestro pensamiento,
desconectamos de las ideas del otro y persistimos en nuestra visión unilateral.
No nos enriquecemos con el espíritu de nuestro interlocutor que ha compartido
con nosotros. Lo que ocurre en este caso no puede decirse en sentido literal,
conversación. Cuando la conversación busca el puro placer del intercambio
gestual y verbal, la conversación adquiere su pleno sentido y se convierte en
una de las formas más bellas de placer espiritual.
Estas ideas me vienen a la
mente después de haber disfrutado en la tarde del sábado de un rato de
conversación y coche con mi amigo Juan Antonio García Monclova.
Enrique Román Sedano
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