Eufemismo [Del lat. euphemismus, y este del gr. Euphēmismós]. Dícese de aquella palabra o expresión más suave o decorosa con que se sustituye otra considerada tabú, de mal gusto, grosera o demasiado franca.
Resulta curioso ver cómo pese a estar plenamente inmersos el país de las
etiquetas -que no de etiqueta-, donde al mínimo pronunciamiento público se nos
encasilla en la más miserable y estereotipada estantería de adjetivos en la que
sólo caben los colores blanco o negro, a más de un abanderado de la pluralidad
social se le atragantan las verdades. Permítaseme el lujo de entrar a este
juego de no dar nombres y apellidos propios, pues podría yo incurrir en la
tendenciosa situación de ser tachado erróneamente de cualquier denominación con
la que, probablemente, no me sentiría del todo identificado. La respuesta es
bien sencilla y se ilustra fácilmente con una de las anécdotas cotidianas que
acostumbro a relatar en mis textos.
Afortunadamente, por el armario empotrado de la habitación de mi casa han
pasado infinidad de prendas de vestir puesto que, como ocurre en la mayoría de los
hogares españoles, en mi familia existe la dichosa costumbre de heredar aquellos
elementos que se conservan en buen estado y admiten más puestas -esto sí que es
verdadera economía circular y no lo que pretenden vendernos desde Bruselas hoy
día-.
De entre todas las piezas, admito tener auténtica devoción por las camisas
antiguas, cuya calidad supera con creces las de hoy día. Tal es mi indecisión
que todas ellas, pese a no ser de mi gusto o no estar en el mejor estado
posible, han llegado a pasar en mi armario largas temporadas hasta que en un
acto de libertad de elección y sin más presión que la que puede llegar a
ejercer una madre por no coincidir con su exquisito gusto, hago el esfuerzo de
pasar aquellas que no son de mi agrado hacia los siguientes sucesores de la
cadena familiar, con la plena confianza de que alguno las tome como suyas. Ahí
considero que reside el verdadero espíritu crítico, en asumir que cada persona
trasciende los límites de la frívola etiqueta que otros imponen a su antojo, en
reconocer que, aunque en tu armario sólo existan dos colores, en el de tu
vecino pueda haber cinco y no por ello tu gusto es mejor que el suyo.
Pero, sin duda, lo que ha de quedar sumamente claro tras mi chascarrillo
de los miércoles es que, dentro de este amplio espectro de puntos de vista
no se puede caer en el error de faltar a la verdad: mi camisa favorita, la
amarilla de lino, seguirá siendo amarilla hasta que el último de mis jóvenes
allegados decida desecharla o tirarla; lo acontecido la semana pasada en la
ciudad algecireña no fue un fallecimiento sino un vil homicidio, por mucho que
algún personaje con traje, corbata e ínfulas de una grandilocuencia fingida se
empeñe en hacer del eufemismo su argumento político y no cesar en el empeño de
intentar hacerte ver marrón el amarillo de mi preciada camisa.
Descanse en paz.
Heras y Liñán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario