Hoy os voy a hablar de un personaje en concreto. De un matador de toros que marcó una época. Rival directo de Ponce, con el que disputaba en quites cada tarde compartida. Para mí, uno de los más grandes que ha dado el siglo XX. De él, si quisiéramos destacar algo, tendríamos que ponernos a hablar de su personalidad, de su arrogancia, de su misticismo, de sus cambios brutales de humor, de su buen manejo de la capa y de sus narices para partirse la cara en la vida y en el toreo.
José Miguel Arroyo Delgado, más conocido como Joselito,
nació en el barrio madrileño de la Guindalera. Con tan solo tres años, su madre
lo abandonó junto a sus hermanos (hembra y varón) y lo dejaron a cargo de su
padre. A este, que para nada llevaba una vida modelo, le gustaba más traficar
con ilegalidades y hacer de su vida una verdadera ruleta rusa, que salir al
mundo real y sacar adelante a sus descendientes.
Cuando José tenía la corta edad de trece años, su padre
fallece y él, queda huérfano de padre y como bien sabéis, también de madre
debido a su abandono. En el mismo funeral, sus tíos se lo repartían como la
herencia despojada que nadie quiere, y por azar o destino, o por intercesión de
algún santo, llegó a poner orden el que sería su padre adoptivo y mentor en lo
taurino, Enrique Martín Arranz.
Enrique era su profesor de escuela taurina, a la que José,
ya pertenecía desde una edad muy corta a la que empezaron a llamarle lentejita,
por su anchura ósea y baja altura. En uno de los últimos ingresos de su padre
biológico en el hospital, le prometió Enrique hacerse cargo de su hijo si él
llegaba a tener un final inesperado en un corto periodo de tiempo. En sus
primeros días de escuela, Martín Arranz lo mandó a dar vueltas andando a la
plaza del Batán, ya que tenía unos andares “guindaleros” y nada toreros.
Él llega a confesar en su libro “Joselito, el verdadero” y en algún medio, que, si no llega a ser
por el toreo, hubiese acabado en la cárcel o muerto de sobredosis.
José no es creyente ni monárquico, se considera ateo y
republicano, pero eso sí, le guarda un respeto enorme al jefe del estado y rey
de España, ya que ante todo es un hombre cabal y con sentido común. Algunos debían
tomar nota de esto…
Por todos es recordado aquella tarde del dos de mayo de mil
novecientos noventa y seis, en la que en una gran tarde venteña vestido de
goyesco, salió por la puerta grande una tarde en solitario que forma parte de
la historia por todo lo sucedido. Dos años antes también abrió la del príncipe
una tarde de farolillos sevillanos.
Tomó la alternativa con tan solo dieciséis años, refiriéndole
a Enrique (su padre) que si no servía se dedicaría a otra cosa, pero que tenía
que salir de dudas pronto y no perder el tiempo. Hasta para eso tuvo lo que
había que tener…
Gente luchadora como él son los que mueven el mundo, son por
los que nosotros debemos partirnos la cara y deben ser por supuesto nuestra
fuente de inspiración. En la actualidad pocos son los muchachos que se mueven
por los impulsos del corazón y muchos los que se quedan en la zona confort
viéndolas venir. Menos pagas y más huevos. Menos derechos y más deberes.
Dentro de unos cuantos martes, cuando de nuevo me venga a la
mente mi querido matador, os desgranaré más detalles de su vida, pero para mí,
aquí hay un referente al que respeto, admiro y al que, sin conocer
personalmente, le tengo una estima especial.
José Miguel Arroyo Delgado, “Joselito el verdadero”
Desde la botica
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