Estoy leyendo el libro “La fuerza de lo débil” de Bert Daelemans SJ, y encuentro entre sus páginas una muestra constante de la paradoja que supone la relación de Dios con el ser humano. Nos muestra la característica de un Dios vulnerable que es esencial al ser cristiano.
Esa vulnerabilidad es
consustancial a nuestra fe. Dios es grande encarnándose en un niño pequeño,
como hemos celebrado hace unas semanas. Dios hecho hombre se acerca a los más
desfavorecidos de la sociedad para compartir su pobreza. Dentro de unas semanas
nos veremos envueltos en el tiempo cuaresmal que nos llevará a ver a Jesús
dando su vida por nosotros, por nuestra redención. Cada una de las imágenes con
las que nos encontraremos en nuestras iglesias y posteriormente en nuestros
pasos, nos enseñará que Jesús, siendo Dios, asumió su naturaleza humana y se
comprometió con nosotros hasta dar su vida.
El misterio de la redención es
una llamada constante a la conversión. Dar un giro a nuestra vida, apearnos del
pedestal de nuestro “yo” para buscar el “nosotros”. Volvemos a la paradoja:
Dios busca salvarte a ti, pero esa salvación no es posible sino está unida al
nosotros. Una llamada constante a salir de nosotros mismos buscando al próximo,
donde Dios se hace presente.
La lectura del Evangelio de
este domingo nos ha mostrado a Jesús eligiendo a las personas que van a
compartir con Él su misión. Nos enseña que el mismo Jesús decidió unir su vida
a una serie de personas formando una comunidad misionera. Ese estilo de vida
compartida es la señal del camino que se nos ofrece para llegar a Jesús. La
parroquia, la hermandad… son el lugar donde podemos, desde la vulnerabilidad de
nuestra humanidad, construir un mundo más fraterno y justo. Esa es la misión.
Este tercer domingo del tiempo ordinario es el Domingo de la Palabra, acércate
a ella con espíritu libre y déjate tocar el corazón por ella.
Hoy, hemos tenido el regalo de
tener en nuestras calles, la presencia de la imagen de nuestro patrón San
Sebastián. No solo es la belleza estética que nos muestra toda la procesión, o,
una muestra de nuestra riqueza sociocultural o artística, sino, que tanto la
función religiosa como la muestra publica de nuestra devoción, tiene que
llevarnos a una motivación interior, un tocarnos el corazón. Buscar que nos
muestra la imagen de San Sebastián mártir, una persona que fue capaz de ser
testigo de Cristo en su tiempo y eso le costó la vida. Hoy, ¿soy yo testigo de
Cristo?, ¿mi vida es testimonio? Ahí dejo la pregunta, cada uno que la conteste
en presencia de su yo interior. En la vulnerabilidad del encuentro interior con
Cristo, en la oración, encontraremos la respuesta. Feliz semana.
Enrique Román Sedano
No hay comentarios:
Publicar un comentario