El próximo miércoles comenzaremos una nueva Cuaresma, participaremos de la Eucaristía y recibiremos la ceniza en nuestras cabezas. Este gesto lo harán millones de personas en todo el planeta. La ceniza nos ayuda a reconocer nuestra pequeñez, la fragilidad de nuestra vida. Nos recuerda que debemos hacer una parada en el camino para meditar, para ver hacia donde vamos espiritualmente.
Ese es el punto de partida de la Cuaresma, la decidida convicción de que necesito cambiar muchas cosas en mi vida, necesito convertirme. El deseo profundo de conversión no solo, en los detalles externos, que también, sino en mi interioridad, en lo más profundo de mi espíritu. Para ello, como hoy les contaba a los jóvenes que forman mi grupo de catequesis de Confirmación de adultos, tenemos la esperanza, el deseo, el anhelo de cambio. La esperanza nos permite superar los miedos que nos bloquean y buscar en Jesús nuestro fundamento.
La Iglesia nos ofrece tres
prácticas: el ayuno, la oración y la limosna. La oración nos permite unirnos
más a Dios, centra nuestra vida en Él, nos ayuda a ver la vida con otra
perspectiva. Descubrimos en Dios nuestro tesoro, y cuando hemos encontrado ese
tesoro, el resto de las cosas ya no son tan importantes en nuestra vida, son
prescindibles. En eso consiste el ayuno, en compartir todas las cosas que
tenemos con los demás. Y así llegamos a la fraternidad, la limosna que es
necesaria para mejorar la vida de más necesitados.
Este proceso cuaresmal, es un
camino de conversión que tenemos que vivir con intensidad, no como una Cuaresma
más, si no, la Cuaresma de nuestra vida, la de ahora, la de este momento.
Convertirme a Cristo de verdad, convencido de que tengo que hacerlo. El amor
que Dios me muestra no merece menos. No podemos dejar pasar la oportunidad.
Vivo y disfruto de todas las
oportunidades que este tiempo tan especial nos ofrece. La Iglesia con su
riqueza litúrgica, mi hermandad con los cultos a nuestros titulares, la
convivencia al preparar todo lo necesario para brillar en la Semana Santa. Pero
podemos caer en lo de todos los años, quedarnos en la superficie de la práctica
religiosa. Sin profundizar en el sentido de lo que celebramos. La conversión me
tiene que llevar a unirme a Cristo en su cruz para llegar a la Resurrección. No
ser conscientes de esta verdad nos convierte en aficionados a la celebración,
en animadores de un espectáculo artístico y cultural. Corremos el riesgo de
desposeerlo de sentido.
Vivamos la Cuaresma desde
Jesús de Nazaret y prioricemos lo importante, la conversión, para ser
verdaderos testigos suyos. Solo así, seremos capaces de llevarlo a los demás.
La Cuaresma es también evangelización de los alejados, esa también, es nuestra
tarea.
Enrique Román Sedano
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