El pasado sábado, mientras tomaba un café con un amigo, la conversación nos llevó por unos derroteros ya recorridos en los últimos tiempos, hablar de sinodalidad. La Iglesia lleva dos años inmersa en un proceso sinodal que después de diversas fases, empezando por la fase diocesana, llevará al Sínodo de los Obispos, allá por el mes de octubre de este año y hasta octubre de 2024, una actualización del concepto de sinodalidad.
Nos puede parecer una palabra
moderna dentro de la vida de la Iglesia, pero viene desde los primeros tiempos
del cristianismo. El los primeros tiempos como recoge el libro de Los Hechos de
los Apóstoles vemos como surge la necesidad de la sinodalidad dentro de las
primeras comunidades que conforman la Iglesia naciente.
Los primeros cristianos ponían
al servicio de la comunidad todo lo que tenían, los bienes y su persona. Todos
aportaban los dones recibidos de Dios para el funcionamiento conforme al
Espíritu en la Iglesia, lo mejor de cada persona. La comunidad crecía en la
caridad y el testimonio cristiano. Este testimonio atraía con una fuerza
extraordinaria a las gentes de su tiempo. El “mirad como se aman”, era como un
sello que los distinguía fácilmente. Este estilo de vida comunitario, donde
cada persona ocupa el lugar donde puede prestar el mejor servicio, es fruto del
Espíritu Santo.
En siglos posteriores, la
Iglesia fue ocupando zonas de poder y la sinodalidad quedo aparcada, en aras a
un clericalismo que buscaba la influencia como poder político e incluso militar.
No es hasta el Concilio Vaticano II cuando después de una reflexión profunda,
el Espíritu empieza a orientar a la Iglesia en un cambio profundo. Reconocer la
necesidad de volver a las raíces para ganar en autenticidad, buscando que los
fieles cristianos no sigan siendo pasivos en su relación con la Iglesia. La
responsabilidad es de todos, nuestro Bautismo nos capacita como Hijos de Dios para
ofrecer nuestros “talentos” como colaboradores en la acción del Espíritu.
Cambiar las cosas para hacer presente el Reino de Dios.
Es necesario que los creyentes
nos vayamos convenciendo de que tenemos que estar en clave sinodal, es decir,
sentirnos participes de la vida de nuestras parroquias y de los grupos que la
conforman. Todos tenemos cosas que ofrecer y podemos hacer mucho bien. Si
nuestros párrocos son reacios, debemos ayudarlos a cambiar. La responsabilidad
del párroco es clara y está bien definida, pero el peso de la vida parroquial
no debe caer solo sobre sus hombros, sino que es tarea de todos los fieles de
la parroquia. No se trata, como por ejemplo, están planteando en el Sínodo
alemán, de convertir la parroquia en una democracia, no es eso. Estamos
hablando de algo diferente, cada uno de nosotros tenemos que buscar el lugar
donde mi servicio puede ser más útil. Estar dispuestos a servir, como nos dice
Jesucristo, el que quiera ser el primero que se ponga al servicio de la
comunidad. No podemos ser indiferentes a lo que ocurre en la Iglesia actual,
porque luego nos arrepentiremos. Si queremos atraer a las personas a la Iglesia
debemos volver a la autenticidad de los primeros cristianos, al amor con que se
relacionaban entre ellos, el compartir la propia vida.
Algo de sinodalidad sabemos en
las hermandades, pero tenemos que tener claro que estemos donde estemos,
tengamos el cargo que tengamos, la responsabilidad es servir siempre.
Enrique Román Sedano
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